martes, 13 de octubre de 2009

Magritte - El castillo de los Pirineos

Uno de mis pintores favoritos es el surrealista belga René Magritte. No tiene el renombre del catalán Dalí aunque si se dan una vuelta por su obra reconocerán más de un póster o imagen ilustrativa de algún power point de esos que envían las madres o la tía Cata con consejos para la vida.

Más allá del placer estético que me producen sus pinturas, encuentro en las obras de Magritte un cáracter perturbador y movilizante, producto de la yuxtaposición de diferentes realidades que entran en un permanente juego semántico. En un cuadro de Dalí, dado su carácter onírico, uno tiene que encontrar el sentido oculto de cada pincelada: ¿Qué simbolizan los relojes derretidos, por ejemplo?. Para ello, uno debe entonces recurrir a Freud y compañía. En cambio, con Magritte no se produce esa dependencia de terceros ya que lo irreal no son los objetos en sí mismos sino su relación (y ésta es evidente para cualquiera). El cuadro que se muestra más abajo me dispara preguntas seguramente comunes a todo aquel que se enfrente con él: ¿qué hace esa roca ahí, suspendida sobre el mar? ¿está suspendida o es que está cayendo o elevándose? ¿Qué hace un castillo en esa roca? Se percibe una tensión no resuelta en el mismo, producto de las múltiples oposiciones presentes: sólido/líquido, estático/dinámico, pesado/ligero. Magritte nos obliga a salir del papel de cómodos espectadores y a involucrarnos con su obra.


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